La Paloma Azul: pulque para querendones

*Con un detalle sorprendente, Aníbal Santiago nos lleva a un paseo por la pulcata de Eje 8 Popocatépetl y Eje Central: “Bienvenido a La Paloma Azul, ricos curados”

Aníbal Santiago

Ciudad de México (CDMX).- En la rockola dorada en cuya cubierta se amontonan cajas vacías de tomates, mazapanes De la Rosa y otros bártulos sucios, un señor sesentón con playera del América de la época de Omam-Biyik hace su elección metiendo una moneda de $10: “Burra Tordilla”. La voz de Antonio Aguilar esparce el ranchero en la pulquería La Paloma Azul: Mi comadre me decía / Cuando me enanqué en la burra / Compadre, hágase pa’tras / ¿Qué no ve que me apachurra?

El cliente se sonríe, le hace gracia ese compadre querendón, y se sienta atrás mío. Le traen un litro de curado de jitomate que toma a grandes tragos ansiosos. Con los bigotes embadurnados de líquido rojo levanta el tarro hacia mí sin dejar de sonreír, diciéndome “salud” con los puros ojos. Yo sí pronuncio “salud” pero sin poder levantar nada porque acabo de llegar y aún estoy viendo el menú, un cartón cualquiera escrito con pluma negra en el que la pulcata de Eje 8 Popocatépetl y Eje Central agradece así su preferencia: “Bienvenido a La Paloma Azul, ricos curados”, y enumera a las mujeres y hombres que los visitan desde que amanece lo que se bebe en este lugar: 11 curados distintos (piñón, pistache, avena, fresa, mazapán, guanábana, apio, guayaba, jitomate, higo y mandarina) y el pulque natural, desde luego. Hay para todo tipo de sed: para el que trae mucha, un litro; para que el que trae poca, un vaso; y para sed mediana, tarro o medio. Y también, como México nunca cambia, para toda clase de crisis: si andas sin chamba échate un vaso de natural por 12 pesitos, y si la cosa va bien pídete un litro de piñón desembolsando 80.

No hay que tener demasiada lana para comer: por 20 pesos te dan tus cacahuates con cáscara, y si de plano andas desplumado camina a la barra: ahí descansa un molcajete de piedra grandote con una sabrosa salsa molcajeteada fresca que con un cucharon avientas a una de las tortillas que agarras de una vasija de aluminio que todo mundo manosea. En este mundo en que hasta el aire te cobran, esos tacos son gratis, sí, de modo que puedes irte de La Paloma Azul con la panza llena de salsa y maíz, y con el corazón contento del pulque que desde 1942 llega a esta esquina de los límites de la colonia Santa Cruz Atoyac en un largo viaje desde el campo tlaxcalteca.

Cuando estés fuera del Metro Eje Central divisarás la fachada blanca pintada con palomas azules y Mayahuel, la Diosa del Maguey. Al entrar a la Paloma Azul en seguida te sentirás en un túnel marino. Los techos son azules, el piso de antiguo mosaico es azul, las paredes son azules y también azules las mesas de melamina de ponderosa donde bebes a grandes sorbos la bebida fermentada y que ensucias de salsa porque acá los platos no existen (hacen las veces de platos las servilletas que los meseros te extienden en la mesa).

Qué rico es el pulque aquí: pedí uno de pistache, intenso, rebosante de sabor -a todos se les forma abajo una borra de nuez, avena, guayaba o lo que sea-, espesísimo como un néctar con que la planta no solo te refresca sino te alimenta en cada gotita. Cuando el líquido fluye por tu garganta estás insuflando vida a tu ser a través del Agave salmiana de pencas anchísimas y que se extiende al cielo hasta cinco metros, como una deidad portentosa que te hace feliz desde el sabio suelo de Tlaxcala, la hacienda pulquera de San Diego Xochuca que la familia Merchant creó en 1847. Justo el año en que cerca de ahí, en Veracruz, el invasor ejército gringo desembarcó y enfiló hacia la Ciudad de México antes de arrancarnos casi la mitad del territorio.

Pero hoy ya nadie sufre por eso. Por La Paloma Azul pasan legiones de chilangos felices mañana, tarde y noche, y muchos dan pausa a los tragos para bailar a Los Cadetes de Linares, Los Cardenales de Nuevo León o para volver a enamorarse de cachetito con José José.

Cansada, cansado, vuelves a sentarte en uno de los bancos de madera que la clientela ociosa ha labrado con plumas o llaves: escriben sus apellidos, “Antúnez”, o dan forma a soles o calaveras.  Ya en tu mesa recuperas la energía hidratándote y nutriéndote con tacos de carnitas o de arroz con huevo, tan simples pero que por alguna razón fascinan a los parroquianos.

Si andas poético o antropológico, siéntate en la barra y observa con mirada estudiosa el mural del fondo del local, donde los mexicas ofrendan pulque a los recién llegados españoles protegidos con sus armaduras. Piensa “España debe pedirnos perdón por la Conquista” o sé más razonable y pregúntale al mesero: “¿Cuál es la fruta del tiempo?” para que te traiga un curadito con fruta de temporada y estés seguro de que nutrirás tu cuerpo y tu alma con una delicia mientras rezas: “Pulque nuestro que estás en las pencas, clarificado sea tu jugo. Hágase un tinacal, aquí en la tierra como en el cielo”.

La Paloma Azul. Av. Popocatépetl 154d, Portales Norte, Ciudad de México.

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